El arte barroco en sus más amplias manifestaciones artísticas es un fenómeno complejo de índole social, político y religioso.
El barroco es la continuación al manierismo italiano que prevalece durante la primera mitad del siglo XVI. Si el manierismo comienza a usar los cánones clásicos con artificiosidad, el barroco que le sucede abandona la serenidad clásica para expresar un mundo en movimiento y agitación de los sentidos. Por tanto, la tendencia del barroco es a la exageración y la ostentación.
Origen del Arte Barroco
Se suele decir que el Arte Barroco es el arte de la Contrarreforma. Para reaccionar contra la severidad e iconoclastia del Protestantismo, la Iglesia Católica alentó la edificación de templos con profusión de escultura.
También dirigió a los artistas a alejarse de los temas paganos que tanta aceptación tuvieron durante el Renacimiento, así como evitar los desnudos y las escenas escandalosas.
Tanto en las artes visuales como en la música, la influencia de la Iglesia sobre los artistas iba dirigida a emocionar y enardecer la devoción mediante estímulos psicológicos.
Estas normas aparentemente conservadoras y austeras derivaron, sin embargo, en este arte suntuoso y recargado que llamamos Barroco.
Causas sociales y psicológicas
El siglo XVII fue una época de guerra y violencia como en pocas fases de la historia europea. La vida se veía frecuentemente atormentada en dolor y muerte. Por eso también era más necesaria que nunca la exaltación de la vida agitada e intensa para el hombre barroco.
En ese contexto, se experimentaba el empuje de amar las pasiones de la vida así como el movimiento y el color, como si de una magna representación teatral se tratase. De hecho, se ha indicado con acierto que en las artes plásticas, el barroco intenta reproducir la agitación y vistosidad de la representación teatral.
Al igual que una representación dramática se apoya en un decorado vistoso y efímero, la arquitectura barroca se subordina a la decoración, que ha de ser espectacular.
Otra de las características del barroco que se manifiesta en la arquitectura, escultura y la pintura es el juego de las sombras. En la estética del barroco, son muy importantes los contrastes claroscuristas violentos. Esto es apreciable fácilmente en la pintura (por ejemplo el tenebrismo) pero también en la arquitectura, donde el arquitecto barroco juega con los volúmenes de manera abrupta con numerosos salientes para provocar acusados juegos de luces y sombras, como se puede apreciar, por ejemplo, en la Basílica del Pilar de Zaragoza (VER IMAGEN)

Arquitectura
Andalucía fue una tierra pródiga para el barroco español, sobre todo después de la llegada de los Borbones y el desarrollo de los intercambios comerciales con América que provocaron un verdadero frenesí de construcción en toda la región. Múltiples ciudades pequeñas se llenan de viviendas señoriales e iglesias barrocas. La imaginación desbordante de sus artistas no tiene límites. Las estructuras cóncavas y convexas aportan un movimiento ondulante a las fachadas y los motivos decorativos (volutas, ramilletes de flores, columnas salomónicas) cubren todas las superficies.
Bajo el denominador común de la exuberancia, los arquitectos se sienten libres para interpretar el barroco según sus preferencias. La influencia árabe y la fantasía colorista reinan en el fastuoso sagrario de la cartuja de Granada, obra de Francisco Hurtado (1669-1725). Sin olvidar el extraordinario camarín de la iglesia San Juan de Dios, en la misma ciudad.
Vicente Acero , autor de la Real Fábrica de Tabacos, se inspiró en la catedral renacentista de Granada para realizar en Cádiz la última gran catedral española, entre 1722 y 1729.
El sevillano Leonardo de Figueroa (1650-1730), creador de obras civiles tan importantes como el palacio de San Telmo (escuela de navegantes que hoy es sede de la Junta de Andalucía) y el Hospital de Venerables, también proyectó las iglesias sevillanas del Salvador y San Luis de los Franceses.
Escultura
A principios del s. XVII Andalucía se convierte en un taller de escultura religiosa al servicio de la Contrarreforma y de los imperativos de realismo y expresividad destinados a edificar a los fieles a través de la imagen.
Se crean múltiples cofradías y se multiplican los pedidos de imágenes y de grupos que saldrán en procesión por las calles ( pasos de Semana Santa). Las obras barrocas, cada vez más realistas y expresivas, son de madera. Con frecuencia se emplean tejidos que cubren todo el cuerpo y sólo se esculpen las manos y los rostros, a los que en ocasiones se añaden ojos y lágrimas de cristal.
Juan Martínez Montañés (1568-1648) es el representante más destacado del apogeo de la escultura andaluza, el fundador de la escuela sevillana y el maestro de una gran generación de artistas. Su obra maestra es el Cristo de la Clemencia de la catedral de Sevilla.
El polifacético artista granadino Alonso Cano (1601-1667), también pintor y arquitecto, se formó con Martínez Montañés. Sus figuras, sencillas y delicadas, serán reinterpretadas por sus numerosos discípulos, como Pedro de Mena (1628-1693), autor de la sillería del coro de la catedral de Málaga.
A mediados del s. XVII y principios del s. XVIII se pone de manifiesto la influencia italiana inspirada en el estilo de Bernini . La agitación, el movimiento y el sentido dramático son las notas dominantes de esta corriente a la que se adhieren los artistas andaluces. Sobresale Pedro Roldán (1624-1700), que trabaja sobre todo en Sevilla (grupo de El entierro de Cristo del Hospital de la Caridad). Su hija, apodada “ la Roldana” , se hizo célebre por sus nacimientos de barro cocido policromado.
El siglo de oro de la pintura
El s. XVII es sin duda el siglo de oro de la pintura andaluza, que empieza fiel a la tradición flamenca imperante en el s. XVI para hacerse después opulenta y luminosa.
A partir de mediados de siglo Sevilla y Madrid se convierten en las capitales indiscutibles de la pintura española. La fama de los pintores sevillanos de las primeras décadas, como Francisco Pacheco , suegro de Velázquez, ha quedado eclipsada por el brillo de tres maestros indiscutibles, Velázquez, Zurbarán y Murillo.
Diego Velázquez (1599-1660) desarrolló la mayor parte de su vida profesional en Madrid como pintor de la Corte y retratista de Felipe IV. Sin embargo, ni la fama ni la influencia de los pintores italianos a los que tanto admiraba, como Tiziano, le hicieron olvidar su formación sevillana.
El extremeño Francisco de Zurbarán (1598-1664), que fue un gran pintor de la vida monástica y autor de excelentes bodegones, representó la realidad del modo más sencillo posible. Dio gran importancia a los juegos de luces, que en ocasiones parecen surgir de los propios personajes. Su taller fue uno de los más importantes de Sevilla.
Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682), cuyas obras de temática religiosa (Immaculada, Jesús Niño) se han reproducido hasta la saciedad, fue el autor español más famoso de su época.
En el extremo opuesto se halla Juan Valdés Leal (1622-1690), que alcanzó un inquietante grado de realismo tétrico en obras como los frescos realizados para la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla.
En Granada, Alonso Cano (1601-1667), al que ya hemos mencionado como arquitecto y escultor, fue el más clásico de los pintores barrocos. Su obra más destacada es la Vida de la Virgen (catedral de Granada).
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